Tradicionalmente, la timidez, no ha sido objeto de grandes estudios sistemáticos ni ha merecido atención especial dentro de la psicología clínica. Podemos alegar diversos motivos. El principal, sin duda, es que el niño tímido suele ser una persona tranquila, callada, temerosa, que evita las interacciones sociales y que pese a que puede llamar la atención de padres, maestros y educadores no suele identificarse como una persona que cause o tenga problemas y, por tanto, tampoco susceptible de necesitar ayuda profesional.
Ocurre con frecuencia que los problemas interiorizados (dirigidos hacia dentro) suelen ser menos aparatosos y preocupantes que los externalizantes (dirigidos hacia fuera). En el primer caso los sujetos interiorizan el problema y lo manifiestan con temores, miedo, ansiedad o depresión, mientras que los segundos los exteriorizan mediante conductas externas, disruptivas, que afectan a otras personas y, por tanto, generan mayor perturbación e interés por una intervención psicológica.
Hay también una creencia extendida que no se trata de un problema serio, que probablemente el tímido ha nacido así y que estos síntomas mejorarán con la edad. Esto puede ser verdad en algún caso; en la mayoría se habrá perdido un tiempo precioso.
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María Isabel Jiménez y María Peña, ambas promotoras de Psicología Metamorfosis.